lunes, 23 de junio de 2008

¡Que vivan las fiestas!


A medida que se acerca lo fino de las fiestas de junio comienza la retahíla de sus detractores, los discursos moralistas de los sobrios y los reclamos arcaicos de que todo tiempo pasado fue mejor. 


Abogan las almas puras por unas fiestas sanas y tradicionales. Entendiendo por sano y tradicional un evento sin alcohol, evocando tradiciones ya olvidadas, lleno de trajes bonitos y elegantes bailes en el Campestre, sin el pueblo raso que no sabe comportarse cuando se divierte, ni caballos, ni cabalgatas o animales con estreñimiento para que no ensucien nuestras limpias calles. Hablan de un pasado remoto cuando todo era cultura y todo era folclor. 


Tengo unos años más que el Festival Folclórico y sin embargo todavía no tengo la edad para recordar el pasado culto y sano de nuestras famosas fiestas. Como todo tolimense tengo fotos disfrazado para alguna comparsa o algún evento donde muchos de los que escriben hoy tan puritanos, pro-cultos y moralistas, acostumbraban salir en avanzado estado de embriaguez e inclusive unas veces con alguna mujer que no era la propia. 


De antaño se viajaba Espinal o a otros municipios para empezar o continuar la parranda que hoy dicen que es invento de una turba de jóvenes alcohólicos que no entienden el sentido profundo y místico del folclor.


En los bares, las tabernas, las casetas o los solares de las casas se reunían antiguamente la turbamulta de los más alegres en torno a algún hacendado o algún político de turno que pagaba el taparoja de igual manera como hoy lo hacen alrededor del que invita al ron. La única diferencia es que cambiaron al cacique de la comarca por el traqueto de moda y que substituyeron las obsoletas peleas a machete por enfrentamientos con arma automática.


Ni los olvidadizos que ahora presumen de cultos pueden negar que desde tiempos prehistóricos todos los pueblos y todas las culturas han tenido sus días de desorden y carnaval. Carnavales que han justificado astrológicamente para cuadrar el calendario solar o lunar, para complacerse con algún Dios borracho como Dionisio y justificar una desmesurada promiscuidad o para cualquier otra excusa como las fiestas del San Juan. Hasta María le pidió a Jesús que hiciera su primer milagro transformando el agua en vino para que no se acabara la parranda de las bodas de Canaan.  


En éste mundo lleno de carencias, ansiedades y fatigas, el ser humano no ha encontrado mejor forma de nivelarse que con unos días de carnavales y desmesura. Carnavales para desinhibirse, para igualarse entre ricos y pobres, feos y bellos, puros e impuros. Carnavales para olvidar nuestra humana condición.


Por eso las Fiestas del San Pedro y el San Juan con su festival Folclórico incluido, pese a lo que digan sus promotores y sus detractores, no han sido siempre sino eso: Fiestas. Y que bueno que así haya sido. Pese a sus males, que son muchos, ojalá nunca prohíban su derroche de algarabía, trasnocho, alcohol y sinvergüencería como prohíben a los niños en las motos. Ojalá esos niños puedan en el futuro olvidarse también por unos días de su miserias y gritar sanamente como hemos gritado todos ¡iii San Juan y que Vivan las Fiestas!


Darío Ortiz.  El nuevo día. Miércoles 25 de Junio de 2008


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