jueves, 17 de diciembre de 2009

Encuesta sobre arte colombiano

Acaban de salir los resultados de la encuesta del periódico virtual Museo Arte Erótico Americano MaReA y Con-Fabulación Periódico Virtual que buscaba elegir los artistas colombianos de la memoria con el texto: “Entre 439 listas enviadas por los más sobresalientes artistas, intelectuales, críticos, escritores y hedonistas colombianos elegimos los 50 creadores que más obsesionan a nuestros confabulados. Aquí están pues, los 50 imprescindibles, los elegidos: el ejército sublime.


1) Alejandro Obregón: 252
2) Luis Caballero: 221
3) Fernando Botero: 196
4) Débora Arango: 142
5) Edgar Negret: 125
6) Armando Villegas: 119
7) Ángel Loochkartt: 109
8) Jim Amaral: 101
9) Leonel Góngora: 99
10) Juan Antonio Roda: 92
11) Eduardo Ramírez Villamizar: 90
12) Andrés de Santa María: 85
13) Epifanio Garay: 83
14) David Manzur: 82
15) Enrique Grau: 81
16) Darío Morales: 80
17) Omar Rayo: 76
18) Rodrigo Arenas Betancourt: 75
19) Carlos Granada: 68
20) Guillermo Wiedemann: 67
21) Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos: 65
22) Pedro Nel Gómez: 65
23) Pedro Alcántara Herrán: 58
24) Gonzalo Ariza: 52
25) Fernando Maldonado: 47
26) Doris Salcedo: 46
27) Ignacio Gómez Jaramillo: 42
28) Ricardo Acevedo Bernal: 42
29) Santiago Cárdenas: 41
30) Augusto Rendón: 40
31) Feliza Bursztyn: 39
32) Juan Cárdenas: 37
33) Heriberto Cogollo: 36
34) Darío Ortiz: 34
35) Carlos Rojas: 33
36) Oscar Muñoz: 31
37) Olga de Amaral: 30
38) Bernardo Salcedo: 29
39) Lucy Tejada: 28
40) Germán Londoño: 27
41) Lorenzo Jaramillo: 26
42) Miguel Ángel Rojas: 26
43) Rómulo Rozo: 25
44) Alfredo Araújo Santoyo: 23
45) María Teresa Hincapié: 22
46) Eduardo Esparza: 21
47) Álvaro Barrios: 20
48) Manuel Hernández: 19
49) Jesús María Zamora: 18
50) Nicolás de la Hoz: 17

Con numerosa votación pero sin alcanzar el umbral necesario para estar entre los elegidos quedaron los artistas: Gregorio Cuartas, Manolo Colmenares, José María Espinoza, Leonel Estrada, Norman Mejía, Luciano Jaramillo, Augusto Rivera, Carlos Correa, Luís Alberto Acuña, Roberto Pizano, Jorge Mantilla Caballero, Leo Matiz, Umberto Giangrandi, Ricardo Borrero Álvarez, Darío Jiménez, Carlos Salas, Nadín Ospina, Alipio Jaramillo, Luis Luna, José Antonio Suárez, Antonio Samudio, Gastón Bettelli, Dioscórides, Gilberto Cerón, Hernán Díaz, Cecilia Porras, Edilberto Sierra e Iván Rickenmann…”

http://con-fabulacion.blogspot.com/2007/08/los-50-elegidos-resultados-de-la.html

jueves, 10 de diciembre de 2009

La ley es un perro...

Con inusual eficacia la policía nacional encontró y capturó al ya famoso Nicolás Castro, cuyo mayor error en la vida fue hacer público su odio a la familia presidencial por medio de la red de Facebook. Con la imparcialidad que los caracteriza los duros de la legalidad ya aseguraron que el joven estudiante de Bellas Artes es culpable de incitar a delinquir y lo elevaron de la categoría de estudiante a terrorista por buscar páginas de Google.
En los anales de la estupidez humana lo que ha hecho el joven estudiante de bellas artes es una obra de arte. Un súmmum de exquisitos equívocos que hacen de su historia un hecho sin par como lo es toda obra maestra. Hacer una página de amenazas desde los computadores familiares, inscribirse en ella con nombre propio poniendo sus opiniones personales, dejar una confesión escrita en el messenger de una buena amiga confesando su delito, sus intenciones y su seudónimo, pero sobre todo dar sus opiniones en contra de la todopoderosa familia Uribe, que parece que no soporta ni las críticas de la corte suprema de justicia, llegan a un nivel difícilmente alcanzado por el más torpe terrorista musulmán.
Contrario a este seudo terrorista de opereta que deja más rastros que pulgarcito sorprende la eficacia de nuestras redes de inteligencia. No solo por la rapidez con la que hallaron al culpable y recolectaron la totalidad de las pruebas en su contra sino sobre todo por la facilidad con que lograron separar la paja del heno, el grano de café del ripio de la cascarilla. Porque en facebook y en las otras redes sociales hay cientos de páginas de colombianos que incitan a matar pero la inteligencia de la policía supo reconocer rápidamente cual era la que verdaderamente atentaba contra la vida y honra de algún ciudadano colombiano cuyo deber de esa institución es proteger según dice la constitución, - si es que el papá de Jerónimo aun no ha mandado cambiar esa parte-.
Decenas de páginas amenazan con matar, quemar, bombardear, masacrar o espichar a Piedad Cordoba, Gustavo Petro, o al presidente Hugo Chavez que junto con la familia Uribe son los Best Sellers del odio cibernauta. Por lo menos tres de ellas quieren matar a Uribe y en alguna inclusive el que la hace se ofrece de sicario y pide apoyo para poderlo hacer. Sin embargo la sijin supo distinguir la del verdadero criminal: la del peligroso vegetariano estudiante de bellas artes, adicto a la defensa de los animales, autodenominado “Cuervo del Salado” y a quienes sus padres llaman en clave “Nico”.
Ante esa exactitud y eficacia de la Policía puede parecer curioso sin embargo que las denuncias de la senadora Piedad Córdoba sobre sus amenazas, o las del periodista Daniel Coronel, - que dicen que salieron de un computador de un amigo cercano al presidente-, entre muchas otras de personajes públicos, no hayan terminado en investigaciones policiales y mucho menos en publicitados arrestos. Como tampoco tiene la policía capturado el primer ciber-enemigo de los Emos aunque haya páginas de Facebook que califican como deporte matar Emos y que ya tengamos Emos muertos a manos de sus tribus rivales.
Esa eficacia de las instituciones policiales contrasta en un país con tantos miles de crímenes sin culpables, con tantas pruebas y expedientes perdidos de los juzgados, con las mil denuncias de falsos positivos sin resolver. Con tantas denuncias periodísticas al ejecutivo y a las personas cercanas al presidente sin investigar.
En un país donde la fiscalía ha tumbado tantas puertas para hacer cumplir la ley y no pudo abrir la puerta de la oficina del DAS donde estaban las pruebas de las chuzadas a la oposición porque no encontraron la llave el día del allanamiento.
En un país así esta claro que la ley ya no es un perro que solamente muerde a los que tienen ruana como decía Mosquera hace dos siglos. Ahora la ley es un perro que solamente muerde a los que a los Uribe se les da la gana.
Darío Ortiz

Pariódico El Nuevo Día. jueves 10 2009

viernes, 4 de diciembre de 2009

Hitos de la escultura en la historia del arte colombiano

Texto publicado en el libro "la escultura en Colombia" de Art Editions, Bogotá noviembre 2009

Varias veces se ha escrito que Colombia es un país de pintores; de pintores y poetas. Sin embargo al introducirnos en la investigación de nuestro pasado nos encontramos con una Colombia de escultores, ya que muchos de los hechos fundamentales de nuestra historia del arte fueron realizados en obras tridimensionales. Obras que han marcado pautas, han iniciado movimientos, definido estilos y épocas cincelando páginas de lujo de nuestra plástica.

La lista de todos los momentos estelares de la escultura en el arte colombiano excederían por mucho los límites de éste pequeño texto, pero basta seleccionar algunos de ellos para darnos cuenta del valioso aporte que los escultores le han dado al desarrollo de nuestro arte.

Entre éstos hechos sobresalientes nos encontramos con que las piezas prehispánicas más importantes en Colombia son las esculturas en cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita, las estatuas de la cultura San Agustín y las esculturas orfebres de los Muiscas y Quimbayas que superan por mucho la pictografía y el desarrollo arquitectónico y textil aborigen.

Las piezas de la cultura Tumaco, que van más allá de las obras rituales y de uso y de las habituales representaciones antropomorfas esquematizadas tan comunes en las culturas precolombinas, son en tal grado un retrato detallado y hábil del pueblo que los hizo que incluso los antropólogos han podido encontrar representados rasgos claros de enanismo, deformaciones craneanas o labio leporino.

Durante casi cinco décadas se han escrito halagos y todo tipo de especulaciones acerca de una de las obras más singulares de todo el Barroco Hispanoamericano “San Joaquín y la Virgen niña” esculpida en Santa fe a mediados del siglo XVIII por el Andaluz Pedro Laboria quien dejó en muchas iglesias y conventos neogranadinos testimonios claros de su ingenio. Dicha pieza - actualmente propiedad de Museo Colonial - se ha alzado con la fama de ser la única representación en su tiempo de la Virgen María niña bailando con su padre San Joaquín. Aunque estudios más recientes sugieren que es el padre enseñándole a leer a su hija en una pose poco habitual, tratando con ello de explicar lo que de otra manera sería un desliz muy latino, el cambiar los libros por el baile.

Hacia 1933 fallecía en París, en su casa de Rue de la Clef, el que posiblemente ha sido el artista colombiano más premiado en los salones de París, el escultor antioqueño Marco Tobón Mejia: mención de honor en el Salón de artistas franceses de 1912, medalla de bronce en el mismo salón en 1922 y medalla de plata cinco años más tarde; condecorado en 1928 con el cordón de la legión de Honor creado por Napoleón en 1802. Amigo personal de los tres grandes escultores franceses de comienzos de siglo XX, Aristide Maillol, Antonio Bourdelle y Augusto Rodin, tuvo además el privilegio de ser el primer artista colombiano en colocar una estatua suya en una plaza de la capital francesa, el mármol “Solitude Douloureuse”, y de ser el primero en ver sus obras fundidas por la Casa de la Moneda de París; honores que solamente logró igualar casi setenta años más tarde Fernando Botero en 1992.

Sin embargo, pese a los logros de Tobón Mejia y a sus indudables virtudes le correspondió a un Bogotano, - que también vivió en París en los años veinte y que más que amigo de Bourdelle fue su hermano, - partir en dos la historia del arte Colombiano en 1929 gracias a la fama lograda por una sola de sus piezas. Rómulo Rozo (hermano masón de Bourdelle y patrocinado por el también masón Eduardo Santos) había llegado a París en 1925 después de pasar un tiempo estudiando en Madrid, es quien, con una extraña y críptica escultura llamada Bachué, da origen a la primera revolución artística que tuvo Colombia en el siglo pasado. Dicha obra inspira a un grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional, alumnos entre otros del escultor español Ramón Barba, a tomar el nombre de esa escultura de Rozo como símbolo de su movimiento, motivados por el muralismo mexicano que proponía un arte más cercano a la tradición estética y cultural americana que europea, apegados además al nacionalismo costumbrista español.

Dicha estatua era parte del programa escultórico contratado a Romulo Rozo para decorar la casa del pabellón colombiano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1928. La casa construida en estilo historicista por el arquitecto español José Granados, quien desde el diseño había intentado una fusión entre el estilo colonial y los decorados precolombinos, contaba con una treintena de piezas escultóricas realizadas por Rozo en la cual La Bachué era parte de la fuente que decoraba el patio central.

La mezcla de mujer y serpiente de Rozo mereció en dicha exposición medalla de oro, pero eso no parece que fuera mérito alguno pues su amigos escultores Gustavo Arcila Uribe con un retrato y José Domingo Rodríguez, con otra mujer envuelta en una serpiente, ganaron también medalla de oro. Así como Borrero Álvarez, Domingo Moreno Otero, Miguel Díaz Vargas y algunos más.

Después del éxito de esas obras llenas de simbologías masónicas en comunión con mitos precolombinos Rómulo Rozo se va a Méjico donde terminaría haciendo su obra máxima “El monumento a la patria” una descomunal realización en piedra tallada en la que colaboraría entre otros artistas el joven Rodrigo Arenas Betancourt.

Hena Rodríguez, Josefina Albaracín, Luis Alberto Acuña, otro alumno de Bourdelle y el tolimense Julio Fajardo, varias veces premiado en los salones nacionales, fueron algunos de los escultores influenciados por la estética Bachué.

Por supuesto si los Bachué fueron la primera revolución en la plástica colombiana del siglo XX la segunda revolución veinte años más tarde fue contra ellos. En 1949 los profesores Bachué de la facultad de bellas artes fueron cambiados bajo la dirección de Alejandro Obregón, a fin de enseñar y fomentar un arte más acorde con las vanguardias internacionales; permitiendo el surgimiento de la primera generación de artistas abstractos colombianos: Marco Ospina, quien hace su individual no-figurativa en 1949, y el escultor Eduardo Ramírez Villamizar quien muestra su obra abstracta en la Biblioteca Nacional en 1952 entre otros.

Ramírez Villamizar venía participando en diferentes colectivas con Edgar Negret desde una exposición en la Universidad del Cauca en 1947 sin embargo, ambos artistas, el primero en Bogotá y el otro en Nueva York llegan a la abstracción por caminos diferentes para convertirse en los dos principales pilares de la escultura moderna en Colombia. Sus obras ampliaron las posibilidades plásticas de la tridimensionalidad. Le aportaron ritmos, materiales, colores y formas que no tenía y, en el caso de Negret, resolvieron dilemas planteados por los constructivistas entre el adentro y el afuera de las piezas.

No es poco decir que Eduardo Ramírez Villamizar fue uno de los primeros pintores abstractos de Colombia y nuestro primer escultor abstracto, como tampoco parece fácil aceptar que Edgar Negret fue el primero en hacer esculturas de aluminio doblado, pintado y ensamblado con tornillos a la vista en la historia de la escultura.

Muchos de los hitos de la historia del arte colombiano ocurrieron en el marco del Salón Nacional de Artistas que se realiza casi sin interrupciones desde la década de los cuarenta. En sus consecutivas versiones al lado de premios y artistas anodinos cuyos nombres nada nos dirían hoy en día, hicieron época artistas como Feliza Bursztyn o Bernardo Salcedo quienes construyeron sus esculturas y máquinas de movimiento con objetos encontrados, chatarra y otras novedades para nuestra siempre conservadora imagen del arte. Hubo quienes como el entonces estudiante de arquitectura Germán Botero, ganaron prestigio con su primera presentación en el Salón, al ganarse el primer premio con su primera escultura o, como el premiado varias veces, Julio Fajardo quien por falta de recursos no pudo retirar del Salón una de sus obras ganadora que terminó destruyéndose a la intemperie.

Pero, al cabo de cinco decenios de exposiciones, cuando los más conocidos estudiosos del arte en Colombia hicieron un balance de lo que había ocurrido, muchos de ellos llegaron a la conclusión que la pieza más importante en la historia de los salones ehabía sido una escultura que dicho sea de paso era la primera obra de realización grupal en un salón y, más importante aún, representó la oficialización del arte conceptual en nuestro país: “Alacena con Zapatos” una obra llena de contenido social y político ganadora en 1978 del primer puesto del Salón Nacional de Artistas realizada por el grupo barranquillero “El Sindicato”.

Al lado de los que solamente han sido escultores han estado también aquellos que han llegado a la tridimensionalidad desde el mundo de la pintura como Tobón Mejía que dejó el color al comprender que padecía un daltonismo severo o Ramírez Villamizar que decidió que su búsqueda no era de matices sino de volúmenes y planos. Sin embargo, hay quienes sabiéndose pintores han tratado de ampliar su mundo expresivo con la forma y eso lo vemos desde el pie en yeso que asoma del mural de Epifanio Garay en su San Juan Evangelista de la Pechina de la Catedral, a los bocetos que Acevedo Bernal mandara a Italia para que le modelaran las estatuas que necesitaba para terminar la iglesia del Voto Nacional obra en la que él fue el arquitecto, hizo el diseño interior, construyó la cúpula, diseño las estatuas y pinto el enorme ciclo sobre la vida de Jesús. Pero, en este sentido, dos grandes ejemplos de escultores hay en nuestro mundo de la pintura que vale la pena mencionar: el de Francisco Antonio Cano y el de Fernando Botero.

Aunque la primera noticia pública que tenemos de él fue la medalla de oro que se ganó por un busto del libertador que talló antes de cumplir los 20 años, Francisco Antonio Cano hizo una brillante carrera como pintor y dibujante con la que pudo conseguir una beca para terminar estudiando escultura en la Academia Colarossi de París. A su regreso a Medellín y luego en Bogotá, alternó la pintura con la elaboración de bustos y retratos en escultura al punto que se ganó por concurso varios contratos para hacer estatuas y monumentos públicos como el Rafael Nuñez del Congreso Nacional; hasta que realizó en 1920 la que a la postre sería su escultura de más largo aliento, la compleja fuente del Parque de la Independencia en Bogotá que sucumbió muy rápidamente a los cincelazos de los discípulos urbanistas de Le Corbusier quienes la demolieron para pasar por ahí una avenida.

Por otra parte la voluptuosidad, la sensualidad y los valores táctiles que Fernando Botero buscó en su pintura desde los años cincuenta los encuentra y desarrolla plenamente en sus esculturas a finales de los setenta. Y son precisamente sus esculturas las que le permiten hacer las más grandiosas e imponentes exposiciones que haya realizado hasta ahora un artista Colombiano en el extranjero a partir de su exhibición en el Forte Belvedere de Florencia en 1991, seguida de la muy promocionada muestra en los Campos Eliseos de París y del Palacio de los Papas en Avignon, de las cuales saca unas famosas monedas conmemorativas la casa de la Moneda de París. Las grandes exposiciones de Escultura de Botero han dado desde entonces la vuelta al mundo varias veces dejando muchas de esas obras en sitios privilegiados de las grandes ciudades.

Finalmente el más reciente suceso para la historia de la escultura colombiana lo produce una mujer cuyas obras políticas han criticado la violencia y la discriminación llegaron a la sala de turbinas de la prestigiosa Tate Modern londinense, uno de los grandes templos del arte contemporáneo. "Shibboleth”, 167 metros de grieta excavada en el suelo de la galería, con un costo asombroso y el patrocinio de la multinacional Unilever - paradójicamente con escándalos de violencia y discriminación en medio mundo-, han puesto a Doris Salcedo a la altura del contexto internacional del arte anglosajón.

Como es fácil apreciar en éste sencillo ejercicio de memoria de tan pocas cuartillas, el camino de la escultura Colombiana ha sido largo y fructífero, lleno de nombres y obras.

Y vemos qué, sin importar la ausencia de museos dedicados exclusivamente a la historia de la escultura o a sus múltiples manifestaciones, y aunque no tengamos parques, bulevares, avenidas, simposios o concursos anuales dedicados a la escultura, ni el patrocinio para la elaboración de grandes monumentos escultóricos, además de la ausencia de muchas otras cosas que engalanan otras ciudades y otros museos del orbe; el arte en Colombia no podría haber llegado hasta aquí sin el aporte permanente y la lúcida visión estética de los grandes escultores.

Esta claro que en éste país de pintores y escritores según dicen algunos, la historia del arte ha sido un recorrido multicolor narrado por poetas, pero sin duda buena parte de esa historia ha sido forjada en le tiempo por los escultores.

Darío Ortiz

El tableautin: esos curiosos cuadros pequeños

Ensayo publicado en la Revista Mundo No 34 septiembre 2009

I

El tableautin y su presencia en la obra de Borrero Álvarez.

Al estudiar la producción de los pintores colombianos de finales del siglo XIX y comienzos del veinte, nos encontramos con que buena parte de su producción es realizada en pequeños formatos, comúnmente sobre tabla o cartón a excepción hecha de los retratos, los encargos públicos de iglesias y sedes gubernamentales, de algunos de los cuadros preparados para las escasas exposiciones nacionales y de las pinturas de Andrés de Santamaría.

Obras importantes dentro de la historia de nuestra pintura perteneciente a ese periodo como Por las velas el pan y el chocolate de Epifanio Garay o La niña de la columna de Ricardo Acevedo Bernal, fueron realizadas en “modestas dimensiones” como se refirieran a ellas algunos autores. Incluso pintores como Roberto Páramo o Fidolo Alfonso González Camargo ejecutan el grueso de su producción en tablas y cartones de pequeñas proporciones que Carmen Ortega Ricaurte en 1965 todavía califica de “apuntes”[1] y Beatriz González en 1987 de “miniaturas”[2]. El término “miniatura” para calificar las obras de estos dos pintores en el que insiste dicha autora, ya había sido refutado por diferentes escritores, entre ellos Gabriel Giraldo Jaramillo en 1946 en su libro “La miniatura en Colombia” donde inclusive justifica así la no inclusión de Páramo en su libro.

Dos años más tarde del libro de González sobre Roberto Páramo, Eduardo Serrano en su monografía del mismo pintor refuta nuevamente el término de miniatura para calificar las obras de Páramo e inclusive afirma: “si bien Páramo fue quien más consistentemente utilizó el pequeño formato, también Santa María, Llanos, González Camargo, Borrero, Zamora, Núñez Borda, Gómez Campuzano y hasta Tavera y Mena hicieron amplio uso de soportes de tamaño reducido sin que por ello se pueda concluir que se trata de una generación de miniaturistas.”[3]

Sobre el por qué de la elección del “pequeño formato”, el “tamaño reducido”, las “modestas dimensiones” o como se les quiera llamar, se han hecho varias conjeturas dando toda suerte de explicaciones para justificar el extendido uso de los mismos en el periodo que abarca aproximadamente los últimos diez años del siglo XIX y los primeros treinta años del siglo XX. Es este período en el que son activos los pintores arriba citados por Serrano, así como Ricardo Acevedo Bernal, Ricardo Moros Urbina, Roberto Pizano, Francisco Antonio Cano, Pedro Alcántara Quijano, entre otros, todos ellos asiduos practicantes de dicho tipo de realización.

La justificación más frecuente acerca del formato reducido de esos curiosos cuadros pequeños, la dan los diferentes autores al relacionarla con el tema mismo del paisaje popularizado en la pintura Colombiana a partir de la instauración de la cátedra de paisaje en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1894[4] y cuyo auge creció de tal manera que, cinco años más tarde, dicho género mereció una sección aparte en la Exposición de 1899 y, posteriormente, en la Exposición del Centenario de 1910, donde ocupó un amplio y destacado espacio con la presentación de aproximadamente 150 obras.

La pintura de paisajes al natural o “plenairismo”, como se le llama, que se enseñaba desde el comienzo en dicha cátedra y cuya práctica trashumante exigía de caballetes, sillas y de cajas de pinturas portátiles que se terciaban al cuello o se montaban a la espalda a modo de un morral, les pareció a todos los autores una digna razón para justificar la proliferación de los pequeños formatos, ligando dicha práctica a la “Escuela de Barbizon”, llamándolos despectivamente “apuntes del natural” y comparando nuestros autores con pintores como Corot o Boudin.

Claro que dicha explicación no justifica el enorme número de obras del mismo período también de pequeñas dimensiones basadas en la figura humana o en el bodegón y que por su forma de ejecución tampoco podemos decir que son miniaturas, ni podemos llamarlas apuntes por su nivel de acabado o su estudiada composición, porque desde entonces se entendía la definición de apunte como “dibujo tomado rápidamente del natural”. Por otra parte, los verdaderos apuntes, estos estudios del natural, los pintores los han utilizado desde la formación misma de las academias como parte del desarrollo de una obra posterior, ejemplo que encontramos comúnmente en Santiago Páramo, Acevedo Bernal y Francisco Antonio Cano.

Al compilar material fotográfico y documental sobre la pintura de Ricardo Borrero Álvarez, así como sobre su vida y sus particularidades técnicas y de realización, nos encontramos con que el grueso de la obra conocida de Ricardo Borrero Álvarez, corresponde a dichos formatos de reducidas dimensiones pintados sobre tabla en los que solamente en una decena de casos dentro de más de trescientos ejemplos documentados encontramos una relación entre una obra pequeña sobre tabla y una de mayor tamaño sobre lienzo para considerarla un apunte o un boceto para una obra posterior[5]. El tamaño de sus escasas piezas grandes, de todas maneras supera raramente los 73 por 100 centímetros. Lo mismo sucede con las obras de Roberto Páramo sobre cartón y con buena parte de la producción de Jesús María Zamora que éste realizaba sobre cartón o madera.

Numerosas tablas de Borrero que hemos tenido oportunidad de apreciar, tienen incluso los sellos de fabricantes franceses especializados en materiales de arte que corresponden así mismo a marcos importados con los mismos tamaños, no siendo pedazos desechados de muebles ni cartones viejos reutilizados como a veces se quiere sugerir. Igual cosa sucede con el cartón lienzo especialmente fabricado para pintores, tan común en la obra de Páramo. Las medidas de muchos de ellos tienen correspondencia con la tabla estándar de formatos de lienzo del catálogo del colorista Leblanc publicado en 1896[6] como el Nazareno que tiene sellado el número 6 al respaldo correspondiendo en medida al mismo número de la categoría retrato o el paisaje de boquerón cuya dimensión corresponde al número 5 de paisaje horizontal. Recordemos que desde 1850 los formatos estándar incluyen cinco series divididas entre retrato o figura, paisaje y marina.[7]

Todo esto nos lleva a pensar que Ricardo Borrero Álvarez y los pintores de su tiempo al elegir el formato de sus obras, el acabado de las mismas y los materiales, tenían en mente algo que iba más allá del simple placer estético, la ingenuidad, la pobreza o la casualidad. Algo que en Europa terminó convirtiéndose en un género al que llamaron Tableautin.

De Meissonier a Fortuny, el origen y desarrollo del Tableautin.

Cuando Ernst Meissonier (1815-1891), pintor académico francés, comenzó a mediados del siglo XIX a realizar sus “grandes obras” anecdóticas de carácter histórico y militar en lienzos y tablas de pequeñas proporciones y factura preciosista deliberadamente en contra de los formatos monumentales, (habitualmente usados para estos temas), acabó dando origen a un género y a una moda que por sus dimensiones y factura recibió en Francia el nombre de Tableautin (cuadrito)[8]. Esta palabra, más allá del tamaño, corresponde específicamente a escenas de costumbres realizadas con extremo detallismo con pinceles muy finos. En España, los seguidores del tableautin lo bautizaron “pintura de casacón” o “pintura de casacas” haciendo alusión a la vestimenta de los personajes de época en ella retratados.

Parece que el género del Tableautin y el gusto por las escenas militares lo desarrolló Meissonier mientras acompañaba a Napoleón III en la campaña italiana de 1851 en una doble función de reportero gráfico y oficial de campo. Un ojo especialmente dotado para el detalle microscópico, junto a una inusual precisión en el dibujo, le permitieron la creación de obras de singulares características y de fácil transportación en las difíciles circunstancias de una campaña militar.

El éxito comercial acompañado de los altos precios alcanzados rápidamente por Meissonier y la aceptación de este tipo de obra por parte de la nueva burguesía parisina, llevó al marchante Adolphe Goupil a buscar en el pintor español Mariano Fortuny y en sus seguidores continuadores de la obra de Meissonier[9], al punto que hicieron de ella un género independiente.

Mariano Fortuny y Marshal ( 1838-1874) ha sido considerado el más hábil e influyente pintor español del siglo XIX después de Goya. Aunque de humilde extracción económica gracias a la precocidad de su talento y a la belleza de su carácter era un pintor conocido en Roma y Barcelona antes de cumplir los 28 años cuando en el otoño de 1866 fue contactado en París por Adolphe Goupil para que le vendiera tantos tableutines como pudiera hacer y dándole un crédito de 24000 francos anuales. En noviembre del año siguiente y ya como un acomodado y afamando artista, se casa con Cecilia de Madrazo cuyo padre era el influyente director del Museo del Prado, el pintor Federico de Madrazo. En el 68 Goupil le propone una jugosa exclusividad que Mariano acepta a partir del año 69 y ya a comienzos del año 70 dicho marchante vendía una sola de las obras del pintor español en 70.000 francos, logrando con ello que lo más selecto de la juventud artística española e italiana se pusiera tras los pasos de Fortuny y de sus ya populares tableautines.

Fortuny al final de su corta vida, aunque se ha considerado que alcanzó y asumió conciente o inconcientemente el impresionismo, que hacía su primera exposición de grupo en 1874, de acuerdo con su correspondencia rompe con Goupil para poder pintar más libremente a lo “moderno” para poder pintar con toda libertad.[10]

Muerto Fortuny en 1874, cuyo taller era paso obligado para todos los pintores que llegaban a Roma, Goupil y otros conocidos marchantes como el suizo Fool y el italiano Capobianchi, fomentan el Fortunismo al viajar a Madrid, Granada, Sevilla y Roma buscando y contratando artistas que cumplieran con la pintura de género que tanto les pedían de Nueva York, Londres y París bajo los nuevos caminos que le abriera Mariano a la pintura de casacas propuesta por Meissonier; ya que el artista catalán había desarrollado el género al pintar con el tableautin temas orientalistas, escenas urbanas, interiores de iglesias, vistas de patios y paisajes andaluces además de los temas dieciochescos despojándolos aparentemente de consideraciones políticas, teológicas, morales o pedagógicas. Todos esos temas pintados bajo la tutela de la luz real y las nuevas teorías del color que presagiaban los mejores logros lumínicos del impresionismo y del placer de la pintura por la pintura misma.

En ese acercamiento de la pintura a la verosimilitud, a la imagen de lo real, sumado al alejamiento de toda teoría política o moral, surgieron posteriormente a Fortuny, Messonier, y al impresionismo diferentes tendencias y movimientos como el llamado Naturalismo muy en boga en París de 1870 a 1905 e internacionalizado alrededor del mundo a partir de los noventas por su imparto en los jóvenes artistas.[11]

De todas maneras el gusto burgués por los temas dieciochescos y los cuadros de costumbres sobrevivió hasta la tercera década del siglo XX en Zarzuelas como Doña Francisquita (1923) o La Leyenda del Beso (1934) entre muchas otras.

Este uso superficial de la técnica realista para dar verosimilitud a las escenas representadas (objetivismo, luminismo, preciosismo, exactitud de los detalles, instantaneidad), pero sin incurrir en ninguna provocación moral y olvidando aparentemente el compromiso social ya que había que adaptarse a los gustos del mercado, (compuesto por clases medias burguesas), fue llamado en 1956 despreciativamente Realismo Burgués y Realismo de Clase Media por el famoso crítico marxista Georg Lukacs en su ensayo “La ideología del modernismo” .

Goupil & Cie.

Goupil & Cie fue la principal representación de arte en el siglo XIX llegando a tener diez oficinas o sucursales en Berlín, Londres, Nueva York, La Haya, Viena, Australia, Bruselas y tres sedes en París, así como talleres fotográficos y de impresión. La figura más destacada de la firma fue Adolphe Goupil, quien impuso a la clase media Europea el gusto por el tableautin, señalando como dato curioso que también llegó a ser suegro del pintor académico Jean Leon Gerome y jefe de Van Gogh

La firma de Goupil estaba concentrada inicialmente en la compra y venta de grabados hasta que entró a la compañía con un gran capital accionario Vincent van Gogh (1820-1888) tío y padrino del pintor quien fusionó la empresa con su galería de Bruselas y amplió el negocio a las pinturas y dibujos, y desde 1872 a las imágenes producidas industrialmente. Ese mismo año el viejo Vincent se retiró por razones de salud dejando el manejo de su capital accionario a sus sobrinos Vincent y Teo, ya que él no tenía herederos. Vincent, el sobrino mayor, trabajaba en la firma desde 1869 y Teo que entraría un año más tarde trabajaría allí hasta su muerte. Vincent trabajó en las sedes de Londres, la Haya y finalmente París. El capital accionario de los Van Gogh sufrió un gran desequilibrio cuando otro de los socios echó a Vincent en 1876 presionando para que el tío retirara todo su capital de la firma dos años más tarde, dejando el negocio en manos de la familia Goupil quienes lo mantuvieron hasta su venta en 1884. En 1887 sus nuevos propietarios subastaron todo el stock de la galería renovando el nombre y los artistas que representaban.

Es en esos años que el joven Vincent comienza a estudiar arte basado en el curso de dibujo de Charles Bargue corregido por Gerome y publicado por Goupil & Cie, mientras que dicha compañía, con su colaboración, ponían a los pintores de media Europa a trabajar pinturas de casacas, paisajes, interiores de casas y escenas y bodegones en formatos y calidad Tableautin.

Borrero, Moros, Páramo y el Tableautin en Colombia

Seguidores del Fortunismo en Madrid y Roma y expertos fabricantes de tableautin, los españoles Luís de Llanos (1850-1895) y Enrique Recio Gil (1855-1910), profesores de Borrero, Páramo, Zamora, Peña y otros en la Escuela de Bellas Artes, trajeron a Colombia el gusto por ese particular género de pintura que aquí ellos realizaron en los pocos años que estuvieron activos en el país.

Luís de Llanos había plasmado varias copias de Fortuny para el café Iberia antes de ser pensionado en Roma por la diputación de Valladolid en la década del ochenta. En Roma estudió en las noches en la academia Chigi donde seguramente conoció a Enrique Recio quien también había copiado a Fortuny unos años antes. Llanos vino a Colombia como diplomático en 1892[12] y enseñó en la Escuela de Bellas Artes desde 1894 hasta su muerte en 1895, junto a su amigo Recio quien había llegado aquí por invitación de Llanos en el 94 y estuvo en Bogotá hasta 1897, año en el que retorna a Madrid con algún regreso ocasional a Colombia en 1903 para luego morir en Londres en 1910.[13]

La influencia del fortunismo o “realismo burgués” de Recio y Llanos, aunque breve, fue definitiva para el desarrollo de la plástica local y se fortaleció por los viajes de estudio a Europa que por la misma época hicieran un gran número de pintores colombianos: Moros Urbina 1892, Borrero Álvarez 1895, Cano 1898, Zamora 1900 y Acevedo Bernal en 1903.

Ricardo Moros Urbina fue discípulo en Europa de Gerome, el yerno de Goupil y de Luís Jiménez Aranda, ambos practicantes asiduos del Tableautin, cuyo preciosismo se hace evidente en obras de Moros pintadas en Europa como La vuelta del Prado del Museo Nacional. Ricardo Borrero, por su parte, estudia un tiempo en Sevilla, que junto con Granada y Roma eran las mayores canteras de pintores de Tableautin, antes de irse a París e Italia.

Ya para 1899 la influencia del Tableautin de Meissonier y Fortuny es tan notorio en la pintura colombiana que el crítico de arte ALBAR (Jacinto Albaracín) en su folleto de La Exposición Nacional de Bellas Artes de 1899, dice a propósito de la obra de Carlos Valenzuela: "El género de Meissonier en el cuadro Los retratistas de la señorita Casas María C., y hasta el rígido de color y líneas del señor C. Valenzuela en su Prometeo, que revela un ángel caído de Bellver, le es tan parecido en la postura y en las alas del buitre, que se me viene el recuerdo de aquella estatua, si no fuera por el estudio de las carnes satisfactorio, que se toca de escultura por la sequedad del dibujo, aún el de las rocas".[14]

El crítico Gustavo Santos, que frecuentemente mencionó las palabras “vida moderna” y “modernismo” en sus textos, insiste todavía en 1915 en comparar a Roberto Páramo con Meissonier al llamarlo “el Meissonier del paisaje” por hacer “gala de una gran tecnicismo”[15]

En dicha exposición de 1899 Ricardo Moros Urbina con su paisaje italiano Plaza de Anticoli y Ricardo Borrero Álvarez, con Camino de la feria, recién llegados de Europa, comparten el primer premio, Medalla de primera clase, en la categoría de Paisaje.

Aunque sin la presencia de Alphonse Goupil y Vincent Van Gogh el éxito comercial de éste género no se hizo esperar en Colombia, pues al igual que lo sucedido en París décadas atrás, el público lo acogió con avidez como está registrado en la Revista ilustrada de septiembre del mismo año cuando anota: “tenemos conocimiento de que todos los paisajes expuestos fueron vendidos sin regateos por parte de los compradores”[16]

A falta de galerías especializadas, las obras de estos artistas se podían conseguir en diferentes locales comerciales como la librería el Mensajero de los Escobar López que siempre mantenía obras de Borrero o mejor, en los talleres de los artistas, costumbre que todavía no han perdido los compradores colombianos en detrimento de la institucionalización del mercado del arte.

Como anota Serrano en su libro sobre la Escuela de la Sabana, con la aparición del paisaje en pequeño formato se pone de moda en el país la pintura colombiana y “comienza el profesionalismo pictórico en Colombia, dado que por primera vez en nuestro medio sus autores pudieron subsistir, unos mejor que otros por supuesto, con las entradas que proveía su profesión[17]

En el caso de Borrero, el éxito comercial fue tan notorio que nunca tenía obras terminadas en su taller y muchas veces había clientes esperando que concluyera alguna tablita para colgar en su casa o para regalarla de matrimonio. El sino comercial y la popularidad de éstas obras que luego sería tan criticado por sus detractores, se hace evidente cuando organizan en 1931 la exposición póstuma con cien cuadros y “de todos los hogares bogotanos una mano femenina cariñosa y respetuosa ha descolgado el paisaje mimado del salón de la casa en sitio de preferencia”[18]

En la década de 1890, los profesores europeos de Borrero, Cano, Moros, Zamora y Acevedo están bajo influencia del impresionismo, del realismo y de los dueños de Boussod, Valadon & Cie, successeurs de Goupil & Cie, transformando el historicismo costumbrista y en un naturalismo que refleja “escenas del día”, aún elaborado con soltura y exactitud en los detalles y en formatos preferiblemente inferiores a la medida 73 x 100 cm (equivalente a 40p en la tabla de Leblanc). Naturalismo sin ideologías sociales que, mal llamado impresionismo por los críticos bogotanos de la época, Albar y Sanin Cano entre otros, sería celebrado en Colombia como la primera aparición del espíritu modernista en el país durante la Exposición de la Fiesta de la Instrucción Pública de 1904. Aunque por supuesto la aplicación del color correspondía todavía al luminismo fortunesco de la escuela española que en una carta de Santamaría a Acevedo Bernal de 1912 éste defiende todavía al compararlo con lo que está viendo en Bruselas: “Como usted sabe nuestro arte español tiene otros ideales.[19]

Esa marcada relación con el arte español y con el arte francés e italiano a través de España llevaría a la creación fanática y reaccionaria de un conservadurismo costumbrista de corte académico auspiciado por la fundación del Círculo de Bellas Artes en 1920, del cual se alejaron pintores como Borrero que aunque en deuda con el arte español, no le interesaba ningún tipo de proselitismo ideológico. Esa tendencia a la hispanofilia se convirtió en un elemento ideológico fundamental del conservatismo colombiano como escribe el sociólogo Carlos Uribe Celis (1996) e históricamente ha servido para juzgar de retrógrados a todos los artistas activos en esa década a excepción de Andrés de Santamaría quien para entonces ya estaba en Bruselas. Sin que importe que para entonces Fidolo Gonzales Camargo ya estuviera perdiendo la razón, o que Borrero Álvarez y Páramo estuvieran ya prácticamente alejados de la escena pública.

El paulatino alejamiento de la exactitud en los detalles y demás planteamientos del tableautin a favor de paisajes ejecutados de memoria hicieron que hacia finales de los años 20 las obras de Zamora ya valieran más que las de Borrero, Páramo o los demás apegados aún al naturalismo, como se ve en el catálogo de la exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929;[20]

Paradójicamente, en ésta exposición de Sevilla en la que Borrero ganó medalla de oro, se consolidaría la aparición de nuevas fuerzas vivas de la plástica colombiana que tomarían el nombre de la escultura Bachué de Rómulo Rosso que engalanaba la fuente central del pabellón colombiano y bajo cuyas banderas Luís Alberto Acuña, Ignacio Gómez Jaramillo y Pedro Nel Gómez crearían una revolución que enterraría casi por cinco décadas a todos sus predecesores. El tableautin con su virtuoso naturalismo, su dosis de realismo burgués y con todos sus paisajes modernistas, serían objeto de crítica y desprecio, denigrados por el nuevo realismo social.

Olvidados al punto que aún después del nuevo aire que les daría la exposición “Paisaje 1900-1975” organizada por el Museo de Arte Moderno de Bogotá, todavía se discutía, en los años 80 del siglo pasado, si eran o no modernos, si conocían el impresionismo o si los particulares formatos de esos curiosos cuadros pequeños de tan modestas dimensiones eran miniaturas o bocetos o apuntes del natural para obras posteriores que jamás llegaron a pintarse.



[1] Carmen Ortega Ricaurte, Diccionario de Artistas en Colombia, Litografía Arco, Bogotá 1965, pag 156.

[2] Beatriz González, Roberto Páramo Pintor de la Sabana, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1987, pags 17-22.

[3] Eduardo Serrano, Roberto Páramo paisaje bodegón ciudad, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Novus ediciones, Bogotá, 1989, pg 67.

[4] Hay que tener en cuenta, sin embargo, que ya en 1888 un miembro auxiliar de la Escuela de Bellas Artes, don Rafael Pombo, en una sección solemne dice que: “falta así mismo una clase de paisaje , la poesía bucólica del pincel, ramo comparativamente moderno, e indicado como la especialidad del pintor americano sin temor de competencia en el mercado europeo”, haciendo referencia a los paisajes que ya eran comunes en América producidos por los pintores viajeros.

[5] Gustavo Arango Barreneche y Darío Ortiz Robledo, Catálogo general de la obra de Borrero Álvarez, libro en proceso de edición.

[6] Anthea Callen, Técnicas de los Impresionistas, Hermann Blume Ediciones, Madrid, 1983, pag 59

[7] Estos materiales se podían conseguir en diferentes sitios como el Almacén de Novedades Gutiérrez y Bonito ubicado en Bogotá en la calle 12 no 105-109 . E importados de la Kingston fine art society. M Rubet director frame marquers and guilders de Londres o de Cousin Frères fabricante de colores finos de París como se puede leer en los respaldos de las obras.

[8] En varias oportunidades durante 1994 y 1995 oí a Oscar Rodríguez Naranjo referirse a las Tablitas de su maestro Borrero Álvarez, como también a veces se le llama en España a éste tipo de trabajo, sin embargo, la palabra tableautin es un diminutivo del Francés Tableau que significa cuadro.

[9] Juan Carlos Ruiz Sousa, Tableutin y mercado del arte, Claroscuro, en la página web Centro virtual Cervantes del Instituto Cervantes en Asocio con el Museo del Prado, Madrid, 23 de junio de 2009.

[10] Francisco Crespo Giménez, El costumbrismo exótico de Mariano Fortuny, Romanticismo VI, actas del VI congreso, Nápoles 1996. Centro internacional sobre el romanticismo hispánico, Bulzoni, Roma, 1996.

[11] Gabriel P. Weisberg, Beyond Impresionism, the naturalist impulse, Abrams, New York, 1992. pg 107

[12] Habitualmente se han considerado alternativamente el 93 y el 94 como los años de la llegada de Luís de Llanos al país como secretario de la legación española, pero la vista del Río Magdalena en Tamalameque fechado en junio de 1892 publicado en ésta revista dan prueba suficiente de que llegó antes.

[13] Es Ricardo Acevedo Bernal quien escribe por primera vez acerca del regreso de Recio a Europa antes de 1898 en “Enrique Recio y Gil”, Revista Ilustrada, Año I, Vol. I No 4, Bogotá agosto 25 de 1898. Sin embargo hay obras de Recio firmadas en Colombia a comienzos del siglo XX como la que reproducimos en ésta revista fechada en Bogotá 1903 y que muestran un mayor contacto por parte de los artistas colombianos con el maestro español.

[14] Albarracín Jacinto, Albar: Los artistas y sus críticos. Exposición de Bellas Artes 1899. Bogotá 1899

[15] Gustavo Santos, En la exposición de pintura. Revista de Cultura, Bogotá, septiembre de 1915, p 39

[16] La exposición Nacional de Bellas Artes, revista Ilustrada, año I, Vol I, Números 16 y 17, Bogotá, 30 de septiembre de 1899.

[17] Eduardo Serrano, La Escuela de la Sabana, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Novas Ediciones, Bogotá 1990, p. 39

[18] “Exposición Borrero Álvarez”, Cromos, Número 366, Bogotá, 11 de agosto de 1923 pg.

[19] Andrés de Santamaría en carta a Ricardo Acevedo Bernal fechada: Bruselas 7 de febrero de 1912. Comprada por Gerardo Azcarate a las hijas de Acevedo. En ella también se lee: “En París el movimiento modernista siempre es el que está de moda, es decir es lo que se vende.”

[20] En dicho catálogo el precio de un Zamora es 2000 pesetas, un cuadro de Borrero la mitad de ese tamaño valía 500 pesetas y un Páramo de la tercera parte del Zamora valía 250 pesetas. Roberto Pizano, catálogo de la representación colombiana en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929. A su vez citado por Eduardo Serrano en Roberto Páramo, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Bogotá 1989, pag. 71