domingo, 6 de junio de 2010

El país que vota

El país que vota, y que elije los presidentes, el domingo pasado nos dio su opinión. Nos dijo que no le interesan las encuestas, ni los profesores, que no le interesa el cambio, ni los ganadores de los debates. Nos dijo claramente que no lo conmueven los falsos positivos, ni la corrupción, ni las chuzadas del DAS o los negocios de los hijos del presidente, ni las muchas columnas de opinión en contra del gobierno. Mostró que no le importan la compra de votos y que está feliz que los programas sociales del gobierno no se desarrollen en los departamentos más pobres sino en los más ricos.
El país que vota no le importa ver la destrucción de los recursos naturales, ni que se desperdicien los recursos públicos, no le tiene miedo al problema pensional, ni sufre con el problema de la salud.
El país que vota está contento con el rumbo del país, se siente seguro con las bases gringas y claramente está cansado de la palabra guerrilla y todo lo que suene a revolución e izquierda así sea democrática; no le interesan Venezuela, ni Ecuador, ni Bolivia, porque le saben a Chávez y los secuestrados bien pueden podrirse en la selva.
El país que vota, que es menos de la mitad del que puede votar sólo una tercera parte de los colombianos, tiene unas minorías que quisieran que cambiara todo lo anterior pero que ni sumadas llegan al porcentaje de las mayorías.
Esas minorías creen que únicamente votan por las mayorías los brutos y los corruptos, los que se dejan comprar su voto y los que esperan una mordida del próximo gobierno, los que algo han recibido durante los últimos ocho años y los que cambian su voto por cualquier cosa. Esas minorías creen que esa gran cantidad de votos de la mayoría es por incultura o ignorancia política. Pero no es cierto. Por las mayorías votan siempre cultos e incultos y representantes de todos los estratos sociales, mucha mayor diversidad de la que vota siempre por las minorías. Por las minorías parecen votar siempre los mismos aunque varias veces les haya tocado cambiar de color y camiseta: una efusiva clase media que nunca ha tenido presidente.
A las mayorías no les gustan los candidatos que saltan y corean como pastores protestantes, que tienen por discurso slogans en vez de programas así no digan las constantes mentiras de los políticos sobre el agro, el empleo, los impuestos y la riqueza. A las mayorías les gusta ser del equipo ganador y no les da temor equivocarse.
Pero el problema de Colombia, a mi juicio, no es del país que vota ni la discusión que deja. El problema no es de las mayorías que gobiernan siempre, ni de las minorías frustradas y siempre entusiastas. El problema es del medio país que no conocemos: del que no sabemos sus preferencias, ni sus gustos, del que no oímos sus dificultades ni sus opiniones, del que parece que no le importara nada. Ese medio país al que no le han puesto nunca el voto obligatorio no sea que un día escoja diferente y que hasta ahora ningún candidato ha logrado seducir.
Ese medio país que no vota nunca es el que nos tiene como estamos. Ese medio país que no elije pero deja elegir.

Darío Ortiz