jueves, 5 de junio de 2008

Vocación agrícola.


Hace un poco más de ciento cincuenta años se selló para siempre el destino económico de Colombia cuando nuestros tatarabuelos decidieron la vocación económica del país. Para entonces nuestra patria estaba dividida entre terratenientes, curas, generales y analfabetas que se pasaban toda la vida matándose entre sí en un número interminable de guerras civiles. Por supuesto que una sola persona podía al mismo tiempo ser terrateniente, general, analfabeta y hasta cura pero eso es otra historia. Basta con saber que entre batalla y batalla decidieron que Colombia debía ser en ese momento y para siempre un productor de materias primas agrícolas y no un transformador de las mismas.

Explotar lo que buenamente diera la tierrita no era una idea compleja porque la mayoría de la población vivía en el campo y para entonces los analfabetas, cuando no les tocaba echarse el rifle al hombro, estaban dedicados a la agricultura o a la minería cuyas concesiones de Sal, Oro y plata entre otras ya estaban en manos de los ingleses y de los americanos, permitiendo que nuestras clases dirigentes tuvieran tiempo de sobra para que se divirtieran en lo que más les gusta desde entonces: ver trabajar y jugar a la guerra. Prácticamente todo el que intentó hacer industria en Colombia durante ese siglo terminó quebrado por las guerras, la difícil geografía y el mal gobierno según cuenta el conocido historiador Frank Safford.

Cuando se empezaron a agotar las minas tocó buscar que exportar para conseguir dólares con que seguir comprando las armas que terratenientes y generales necesitaban para sus guerras. De allí surgió el negocio de la quina, la zarzaparrilla, el café y el tabaco que por supuesto también estaba en manos inglesas y luego exportamos cacao, banano, caucho, azúcar, algodón, maíz, arroz y otros productos agrícolas para completar nuestra vocación.

Durante siglo y medio soportamos la pobreza de esa genial decisión de no industrializarnos a tiempo. Pero llegaron los liberales y de reforma en reforma promovieron la banca y la industria en el país, hasta el punto que hace menos de dos décadas un economista presidente decidió votar definitivamente el agro “p’al carajo” permitiendo la importación de lo que antes producíamos.

El neoliberalismo y el libre cambio que nos iban a sacar del subdesarrollo también llegaron a oídos de gobernantes del otro lado del mundo quienes decidieron aprovecharlo dando vuelcos completos a sus economías para llenar el deseo insaciable de una sociedad de consumo ávida de juguetes de plástico, cachivaches y tonterías. Es así como los chinos decidieron sacar del campo la mano de obra para llevarla a las fábricas a producir barbies, avioncitos, zapatos, botones y todo lo que occidente quería comprar. Pensando como nuestros dirigentes, pero a una escala de millones de obreros, que si ganaban suficiente con su naciente industria podrían comprar arroz a cualquier precio.

Por supuesto tanto oriental comiendo y sin sembrar agotaron las reservas de arroz en el mundo, luego las de trigo y las de maíz encareciendo los precios, cumpliendo con ello lo que los defensores del agro dijeron en Colombia durante más de cien años: que un día los países industrializados necesitarían de los agrícolas para no pasar hambre y que ese día con la venta de la comida se podría comprar la industria.

Producir alimentos por fin se volvió negocio tristemente ahora cuando después de sesenta años de plomo terminaron nuestros campesinos engrosando las filas de desempleados y hambrientos en las ciudades y veinte años después de que decidiéramos arruinar el agro para finalmente intentar industrializarnos y así poder seguir financiando las guerras de nuestra patria todavía dividida entre Terratenientes, mafiosos, generales, y uribistas.

Darío Ortiz
El Nuevo Día, miércoles 4 de junio de 2008

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