domingo, 22 de febrero de 2009

Viendo llover


Como Isabel viendo llover en Macondo cada vez que en Colombia llega el invierno nos toca contar impávidos los días y las horas hasta perder el sentido exacto del tiempo en medio de aguaceros interminables y malas noticias. La gente deambula por entre los pueblos inundados olvidando cuando fue su última comida y sin saber cual será la próxima, mientras el barro lleva a todas partes el olor putrefacto de los muertos y la presencia momentánea del gobierno consiste en hacer un avalúo de las perdidas; un conteo de los desaparecidos; un pedido de paciencia y la promesa de reconstruir alguna escuela con la certeza que en algún momento escampará y llegará otro verano que baje el nivel de las aguas y dé paso a otra sequía.

Muy acuciosos los que evalúan los desastres saben cuantos muertos hubo por el invierno en el último año (159) y cuantos heridos (222), y han contado el número de casas destruidas (3300) hasta tienen precio a los daños. Sabemos también que esos números van en aumento, como una demostración macabra de que poco o nada se está haciendo. ¿Pero quién tiene un plan para que en cinco meses no tengamos que estar de nuevo contando muertos?

Ahora que el invierno comenzó a aflojar es necesario que nos preguntemos si vamos a seguir inermes ante las inclemencias climáticas que año a año nos están sacudiendo sin que veamos tomar medidas reales en el asunto. Esta bien que la naturaleza es impredecible cuando de maremotos, explosiones de volcanes o terremotos se trata, pero los ciclos climáticos de la tierra conservan aún un ritmo milenario que permite prever con cierta regularidad los periodos de sol y de lluvia. El conocimiento de esos ciclos y su adecuada manipulación permitió el florecimiento de culturas como la Egipcia, la China o la Sinú en Colombia como para que hoy en día nosotros sigamos somnolientos como Isabel en los textos de García Márquez mientras se desbordan ríos y se inundan pueblos.

Hace cuatro mil años los Egipcios sustentaron toda su economía y su bienestar en el desbordamiento estacional del río Nilo, hace más de dos mil años los chinos construyeron un canal para tratar de normalizar las crecidas del río Amarillo y hace más de ochocientos años se construyeron los canales de irrigación del río Sinú que servían para aprovechar su desbordamiento anual y ahora a nosotros nos toca tener paciencia porque tanta tecnología en el siglo veintiuno no sirve para controlar las lluvias que comienzan todos los marzos y todos los septiembres y que desbordan siempre los mismos ríos.

Teniendo un enorme atraso en obras que fortalezcan y mantengan vertientes y cauces y convertidas las Corporaciones Autónomas Regionales en fortines medio políticos en vez de medio ambientales y la Dirección de Prevención y Atención de Desastres en un simple centro estadístico, poca esperanza nos queda de que las cosas cambien.

No sabemos entonces quien cuida el sedimento y la cuenca de los ríos, ni quien protege sus orillas o cual es el plan nacional para evitar nuevos desastres. No sabemos que se va a hacer mientras comienzan de nuevo las lluvias en cuatro meses para evitar deslizamientos y desbordamientos, ni dónde están los responsables del deterioro ambiental o los culpables de que no se hayan tomado medidas oportunas. No sabemos siquiera el futuro próximo de los miles de damnificados que les pedían aguante al verlos con el agua en la cintura. Sólo nos queda seguir viendo llover en Macondo hasta que un pez entre nadando por la ventana y se vaya por la puerta o que pase algún Noé que nos lleve en su arca en premio por haber tenido tanta paciencia.
Publicado en el Nuevo día, enero 2009

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