domingo, 24 de marzo de 2013

El mural de Rosendo Gil



Hace pocos días asistí durante unos momentos al triste espectáculo de ver repintar el mural “Nosotros los Pijaos” del maestro Jorge Elias Triana, único patrimonio que nos quedó de uno de los más grandes pintores de nuestra pequeña historia plástica y de los pocos que ha tenido trascendencia nacional e internacional.

Claramente el lamentable estado de deterioro del mural exigía una pronta intervención antes que se siguiera perdiendo y así se lo hizo saber a la Gobernación del Tolima la familia Triana a través de Gloria Triana, uno de los herederos legales de los derechos sobre la obra de su padre.

Luego de varios meses y preguntas aquí y allá por parte de los miembros de la Dirección de cultura se decidió hacer la convocatoria pública 0180 que contando con un presupuesto de 50 millones se adjudicó por 25 millones a favor del pintor Rosendo Gil Sanabria; cuya ventaja principal era que había colaborado en la realización del mural original siendo ayudante de Triana en aquella ocasión.

Personalmente, y en comunicación permanente con la familia Triana, sugerí al equipo de la gobernación, antes de comenzar la convocatoria, que se entregara ese trabajo a un restaurador de murales profesional y no a un pintor. Hay que comprender que hoy en día la restauración de murales es una carrera profesional que exige un conocimiento específico que conlleva cinco años de carrera profesional de restauración más dos como mínimo de especialización y por lo tanto no es comparable al saber de un pintor por veterano y respetable que sea. Hoy en día la restauración de obras de arte no se le entrega a los artistas, como la restauración arquitectónica no se le entrega a los albañiles, ni la restauración de muebles antiguos a los carpinteros. No es lo mismo saber hacer un mueble que restaurarlo, ni pintar un cuadro que restaurarlo.

Restaurar para los lectores que no conocen del tema no es lo mismo que repintar. Restaurar es un proceso que pretende conservar al máximo la obra patrimonial, parando su deterioro y tratando de que ésta recobre parte de su esplendor original realizando la más mínima intervención pictórica. Proceso que se hace más con hisopos de algodón que con pinceles. El cubrimiento de los faltantes de pintura o lagunas tiene por nombre reintegración y se aplica únicamente en el sitio donde no hay pintura original. El manto de la pintura original nunca se toca con pigmentos sino con disolventes y conservantes que pretenden recobrar parte de su aspecto original. Repintar en cambio es cubrir con pintura el trabajo original buscando una semejanza con los colores que debía tener, reproduciendo sobre el manto pictórico las líneas y formas de la obra.

En el mural de Triana se contrató una restauración que como lo explica la Secretaria Administrativa de la Gobernación en artículo publicado en éste diario el día 2 de enero de 2013, fue de acuerdo a la asesoría del ministerio de cultura. El documento firmado por el contratista es claro al afirmar que “el proceso se debía realizar con productos y métodos que no alteren las propiedades físico-químicas de los materiales y se localizará solo donde se precise”. Menciona además que debe haber una limpieza que no altere los materiales de la obra evitando los falsos históricos, como queda explicito en el documento que se firmó con el contratista. Se agrega que deben hacer pruebas de disolventes y que no debe ser una limpieza profunda debiéndose conservar siempre la pátina del tiempo. Pide claramente que sólo se recurrirá a la reintegración, cuando sea necesaria para la estabilidad de la obra y se dejarán las lagunas que no alteren la estética del objeto. En síntesis es un documento en rigor con las técnicas actuales de restauración del patrimonio cultural.

Sin embargo lo que he podido apreciar personalmente como todo aquel que se acerque a ver trabajar al maestro y a su ayudante es que no restauraron el mural como  exigía el documento firmado sino lo repintaron. Vi claramente y con tristeza profunda al asistente de Rosendo Gil repintar las líneas negras del mural mientras que su jefe brocha en mano aplicaba color sin piedad sobre la pintura de Triana. Color que se asemeja pero que ni siquiera respeta el color original de la obra.

Explica Gil en artículo reciente del 20 de marzo, acompañado de una foto donde claramente se le ve repintar un caballo, que el trabajo fue realizado con resina epóxica y que su ayudante es encargado de rellenar las partes planas para luego delinear.

No es mi interés entrar en conflictos con Gil  y los criterios que lo llevaron a repintar y no restaurar el mural de Triana, pero como parte de un grupo de trabajo que junto a la familia del maestro estamos tratando de rescatar la memoria de quien fuera uno de los más importantes creadores del arte moderno en Colombia, si tengo que sentar mi voz de protesta ante ese abusivo atropello a nuestro patrimonio que me permito afirmar que fue completamente sepultado bajo una reluciente pintura nueva.

Tras la negligencia del equipo de la gobernación en contratar un restaurador profesional de murales para el trabajo, aún habiendo el presupuesto para hacerlo, ahora lo que tenemos es una obra de Rosendo Gil y su ayudante en la perdurable resina epóxica sobre la que antes fuera una invaluable pintura del maestro Jorge Elías Triana de la cual ya no veremos nunca más ni una sola de sus pinceladas.

Darío Ortiz

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