Los antiguos dioses de la tierra tolimense, dominados a punta de la espada y el misal, terminaron refugiados en la memoria ancestral de los hombres, en la palabra inmaterial de tradiciones orales, en el susurro del viento, en el chasquear del agua, en el recodo del camino incierto y en la oscuridad de la noche campesina. Tan palpables como el calor de nuestro llano ardiente reviven en cada fiesta popular sin necesidad de sacrificios ni rituales.
Sus rostros sintéticos quedaron en la piedra y en el oro de nuestros ancestros tomando forma humana cada vez que el pintor, el dibujante, el escultor o el alfarero los descubren en el rostro de una mujer, en el cuerpo de una amada, en la dura piel de un hombre tostado al sol o en la barba hirsuta de algún bohemio.
Siendo parte de nuestro patrimonio como raza y cultura, -pobladores de esta tierra sagrada-, podemos preguntarnos: ¿los mensajes de estos dioses mitológicos podrían aportarle algo al hombre de hoy como los mitos griegos hicieron con el psicoanálisis?, ó más aún, ¿ pueden actualizarse en la medida de nuestras necesidades y temores?
Tal vez esas son las preguntas que encierran las obras de artistas como Enrique Saldaña que los han convertido en habituales habitantes de sus talleres y de sus obras. Talvez las esculturas recientes de Saldaña respondan con creces a esas preguntas: dándole nuevas formas a los viejos mitos.
Pero más allá de la imaginería evolucionada, hacia lo abstracto y sintético de un escultor que caminó también por el realismo descriptivo, la nueva obra corresponde a un arduo trabajo de algo más de dos años en los que el escultor puso en juego toda la experiencia obtenida por casi tres décadas de experimentación y aprendizaje -que él mismo se financió mientras elaboraba las obras que le encargaban las alcaldías, las iglesias y las gobernaciones gracias a su talento nato para la forma-.
Ya de por sí este artista ibaguereño tiene el bagaje de haber sido el escultor monumental más prolijo en la historia de nuestra región colocando bustos, estatuas y monumentos a lo largo y ancho de nuestra geografía donde próceres y prohombres fueron erigidos al lado de santos religiosos, caciques guerreros y hermosas mujeres mitológicas.
Sin ningún tipo de conocimiento previo sobre manejo y combinación de metales Enrique muchos años atrás había creado un taller de fundición donde consiguió dominar las aleaciones de bronce y la técnica de la cera perdida, así como la talla en piedra, con una pericia técnica comparable a los talleres centenarios de otros continentes. Y es en ese laboratorio, -nombre que en Italia se le da a los talleres de escultura-; Saldaña procesó y creó los materiales necesarios para expresar sus formas nuevas llenas de curvas suaves, movimientos circulares y finas síntesis de la figura; vaciados de resinas y concretos, morteros de cuarcita, figuraciones de acero y forja, hierro soldado, mármol tallado al lado de las terracotas y de sus ya conocidos bronces a la cera perdida.
Sus obras, sus propias obras, durante años no pasaron de ser muchas veces pequeñas piezas que el artista enviaba a exposiciones y concursos mientras que lo mejor de sus esfuerzos se iba en la creación de los grandes monumentos que le encargaban, pero algo navegaba en su espíritu que no había tenido oportunidad de aflorar hasta que planteó la veintena de trabajos que ahora tenemos ante nuestros ojos. Hasta que se propuso el reto de crear una escultura que hablara un lenguaje más universal y contemporáneo. Hasta que tomó la decisión de que toda su fuerza creadora comenzara a fluir a través de su talento para encontrar una forma que le fuera única.
El camino ha sido largo pero el resultado fructífero. Con el paso del tiempo y el esfuerzo constante y denodado Enrique Saldaña, pasó de joven soñador a acuciante emprendedor, de modelador de barro a experto fundidor y de artífice aprendiz a maestro escultor. Ahora en plena madurez y desarrollo de su talento de experimentado escultor, con dominio de todos los materiales, pretende devenir en arte toda su obra y ganarse con ello el respeto que todo artista merece.
Creo que la ruta nueva que está tomando Saldaña es la más complicada y difícil, la que exige más de su espíritu y el esfuerzo pleno de lo mejor de su facultades. Pero frente a las obras, que he visto crecer y madurar, estoy seguro que como en todos los retos anteriores también en éste saldrá airoso y aunque en su obra pasada y en la actual siempre han estado presentes esos mitos inmortales del Tolima, -que han habitado bajo el cobertizo de su taller-, creo que en su nueva producción no son más que una excusa para dar lo mejor de si mismo.
En ésta nueva etapa sus obras además de hablarnos del pasado mitológico nos crean vasos comunicantes con artistas de otras latitudes y más cercanos en el tiempo, podemos entrever en ellas un dialogo con obras de Miró, Dalí o de Chillida, con las bañistas que en los años treinta pintara Picasso o con sus esculturas de los años veinte y cuarenta.
Por eso los dioses y las leyendas, las abstracciones surgidas de la tierra que ama que todavía hacen parte del tema de sus esculturas, me aventuro a sugerir que no son sino una coartada para decir abiertamente “Yo soy Enrique Saldaña y ésta es mi obra”.
Darío Ortiz
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