A propósito de la explotación de la mina de La Colosa en el municipio de Cajamarca, Tolima
Empínate un poco. Empínate un poco y mira a tu alrededor para que veas la tierra yerma. Hasta donde te alcanza la mirada verás arena gris, verás aludes de polvo y terrazas en lo que antes fueron bosques y la fértil tierra negra. No habrá animales aparte del hombre, no habrá el canto de los pájaros o el bramido del ganado, solamente oirás el ulular metálico del viento contra los acantilados de la impalpable arena ácida y los poderosos motores de gigantescas máquinas. Sentirás el olor a tierra muerta que te produce ese paisaje lunar y la fétida mezcla de los químicos letales impregnará tu garganta.
No podrás estar allí sin un permiso especial y sin botas protectoras y seguirás la orden de no tocar la arena, ni el agua y mucho menos beberla. Sabes que no estás en una exploración planetaria a millones de kilómetros sino en medio de la mayor codicia humana, en una explotación minera de oro a cielo abierto. El lugar no importa mucho, el paisaje se repite desde la primitiva África a los desarrollados Estados Unidos y si no haces nada y esperas un poco lo encontraras a escasos kilómetros de donde lees éstas líneas, en medio de la cordillera de los Andes, en medio de los nacederos de agua en las montañas de Cajamarca.
Empínate un poco para que veas un futuro cercano que ya existe en otras minas de América. Al bajar de la mina pasaras por las quebradas de agua contaminada que las llamaran “la venenosa”, “la cianurada” o los otros nombres jocosos con que los habitantes de la región apodan luego esas serpientes mortales que como todo los ríos terminarán llevando su detritus hasta el mar. Desafortunadamente en nuestra cordillera solo dos ríos llevan el agua al océano: el Cauca y el Magdalena. Los mismos que alimentan tierras y ganados con su agua y poblados enteros con sus peces contaminados.
Antes de llegar al pueblo te encontrarás con un sembrado de cercas de alambre que protegerá casas, oficinas y casinos de los dueños extranjeros de ese desastre, que vivirán como en Londres y tendrán una zona llamada forrest hill custodiada por un batallón de mil hombres que velará sus sueños, mientras una policía privada vigilará sus depósitos y sus embarques de oro. Allí serán felices con las mujeres de los obreros que veremos ir y venir por la gran puerta metálica entre las torres de guardia; trabajando en lo único que se les permite en ese negocio de hombres, siendo secretarias, sirvientas o putas.
Las escuelas del pueblo con nombres de reinas vivas o princesas muertas se llenaran de bastardos primorosos de cabello mono y hermosos ojos azules. Ellos gastarán sus tardes de ocio en los casinos, los billares y los burdeles mientras en la noche llegan los obreros y capataces con dinero suficiente para pagar tres veces más por una gaseosa, seis veces más por una cerveza y diez más por una mujer.
Pondrán retenes en la carretera recién asfaltada que algún gobernador construirá con las escasas regalías. Pulverizarán toneladas para obtener un gramo de oro y acabaran montañas para sacar toneladas de oro a cambio de unos pocos gramos para el Tolima.
Los que no consigan trabajo en la mina, ni en los casinos y bares lo tendrán entre la guerrilla o los paras que aterrorizaran la zona pagados lógicamente, como los concejales, los diputados, los alcaldes y los senadores, con granos de oro contaminado.
Empínate un poco para que veas a nuestros dirigentes, con sus briosos caballos pastando sobre sus fértiles sabanas, decidir impunemente sobre el destino de nuestras miserias, a sabiendas que conciencias se compran pero dignidades no, carreteras y billetes se hacen pero ríos no.
Empínate un poco. Empínate un poco y mira el futuro ahora que puedes decidir sobre él antes que tengas que arrodillarte el resto de tu vida para no ver lo que hiciste.
Darío Ortiz
Empínate un poco. Empínate un poco y mira a tu alrededor para que veas la tierra yerma. Hasta donde te alcanza la mirada verás arena gris, verás aludes de polvo y terrazas en lo que antes fueron bosques y la fértil tierra negra. No habrá animales aparte del hombre, no habrá el canto de los pájaros o el bramido del ganado, solamente oirás el ulular metálico del viento contra los acantilados de la impalpable arena ácida y los poderosos motores de gigantescas máquinas. Sentirás el olor a tierra muerta que te produce ese paisaje lunar y la fétida mezcla de los químicos letales impregnará tu garganta.
No podrás estar allí sin un permiso especial y sin botas protectoras y seguirás la orden de no tocar la arena, ni el agua y mucho menos beberla. Sabes que no estás en una exploración planetaria a millones de kilómetros sino en medio de la mayor codicia humana, en una explotación minera de oro a cielo abierto. El lugar no importa mucho, el paisaje se repite desde la primitiva África a los desarrollados Estados Unidos y si no haces nada y esperas un poco lo encontraras a escasos kilómetros de donde lees éstas líneas, en medio de la cordillera de los Andes, en medio de los nacederos de agua en las montañas de Cajamarca.
Empínate un poco para que veas un futuro cercano que ya existe en otras minas de América. Al bajar de la mina pasaras por las quebradas de agua contaminada que las llamaran “la venenosa”, “la cianurada” o los otros nombres jocosos con que los habitantes de la región apodan luego esas serpientes mortales que como todo los ríos terminarán llevando su detritus hasta el mar. Desafortunadamente en nuestra cordillera solo dos ríos llevan el agua al océano: el Cauca y el Magdalena. Los mismos que alimentan tierras y ganados con su agua y poblados enteros con sus peces contaminados.
Antes de llegar al pueblo te encontrarás con un sembrado de cercas de alambre que protegerá casas, oficinas y casinos de los dueños extranjeros de ese desastre, que vivirán como en Londres y tendrán una zona llamada forrest hill custodiada por un batallón de mil hombres que velará sus sueños, mientras una policía privada vigilará sus depósitos y sus embarques de oro. Allí serán felices con las mujeres de los obreros que veremos ir y venir por la gran puerta metálica entre las torres de guardia; trabajando en lo único que se les permite en ese negocio de hombres, siendo secretarias, sirvientas o putas.
Las escuelas del pueblo con nombres de reinas vivas o princesas muertas se llenaran de bastardos primorosos de cabello mono y hermosos ojos azules. Ellos gastarán sus tardes de ocio en los casinos, los billares y los burdeles mientras en la noche llegan los obreros y capataces con dinero suficiente para pagar tres veces más por una gaseosa, seis veces más por una cerveza y diez más por una mujer.
Pondrán retenes en la carretera recién asfaltada que algún gobernador construirá con las escasas regalías. Pulverizarán toneladas para obtener un gramo de oro y acabaran montañas para sacar toneladas de oro a cambio de unos pocos gramos para el Tolima.
Los que no consigan trabajo en la mina, ni en los casinos y bares lo tendrán entre la guerrilla o los paras que aterrorizaran la zona pagados lógicamente, como los concejales, los diputados, los alcaldes y los senadores, con granos de oro contaminado.
Empínate un poco para que veas a nuestros dirigentes, con sus briosos caballos pastando sobre sus fértiles sabanas, decidir impunemente sobre el destino de nuestras miserias, a sabiendas que conciencias se compran pero dignidades no, carreteras y billetes se hacen pero ríos no.
Empínate un poco. Empínate un poco y mira el futuro ahora que puedes decidir sobre él antes que tengas que arrodillarte el resto de tu vida para no ver lo que hiciste.
Darío Ortiz
22 de marzo 2009
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