viernes, 4 de diciembre de 2009

Hitos de la escultura en la historia del arte colombiano

Texto publicado en el libro "la escultura en Colombia" de Art Editions, Bogotá noviembre 2009

Varias veces se ha escrito que Colombia es un país de pintores; de pintores y poetas. Sin embargo al introducirnos en la investigación de nuestro pasado nos encontramos con una Colombia de escultores, ya que muchos de los hechos fundamentales de nuestra historia del arte fueron realizados en obras tridimensionales. Obras que han marcado pautas, han iniciado movimientos, definido estilos y épocas cincelando páginas de lujo de nuestra plástica.

La lista de todos los momentos estelares de la escultura en el arte colombiano excederían por mucho los límites de éste pequeño texto, pero basta seleccionar algunos de ellos para darnos cuenta del valioso aporte que los escultores le han dado al desarrollo de nuestro arte.

Entre éstos hechos sobresalientes nos encontramos con que las piezas prehispánicas más importantes en Colombia son las esculturas en cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita, las estatuas de la cultura San Agustín y las esculturas orfebres de los Muiscas y Quimbayas que superan por mucho la pictografía y el desarrollo arquitectónico y textil aborigen.

Las piezas de la cultura Tumaco, que van más allá de las obras rituales y de uso y de las habituales representaciones antropomorfas esquematizadas tan comunes en las culturas precolombinas, son en tal grado un retrato detallado y hábil del pueblo que los hizo que incluso los antropólogos han podido encontrar representados rasgos claros de enanismo, deformaciones craneanas o labio leporino.

Durante casi cinco décadas se han escrito halagos y todo tipo de especulaciones acerca de una de las obras más singulares de todo el Barroco Hispanoamericano “San Joaquín y la Virgen niña” esculpida en Santa fe a mediados del siglo XVIII por el Andaluz Pedro Laboria quien dejó en muchas iglesias y conventos neogranadinos testimonios claros de su ingenio. Dicha pieza - actualmente propiedad de Museo Colonial - se ha alzado con la fama de ser la única representación en su tiempo de la Virgen María niña bailando con su padre San Joaquín. Aunque estudios más recientes sugieren que es el padre enseñándole a leer a su hija en una pose poco habitual, tratando con ello de explicar lo que de otra manera sería un desliz muy latino, el cambiar los libros por el baile.

Hacia 1933 fallecía en París, en su casa de Rue de la Clef, el que posiblemente ha sido el artista colombiano más premiado en los salones de París, el escultor antioqueño Marco Tobón Mejia: mención de honor en el Salón de artistas franceses de 1912, medalla de bronce en el mismo salón en 1922 y medalla de plata cinco años más tarde; condecorado en 1928 con el cordón de la legión de Honor creado por Napoleón en 1802. Amigo personal de los tres grandes escultores franceses de comienzos de siglo XX, Aristide Maillol, Antonio Bourdelle y Augusto Rodin, tuvo además el privilegio de ser el primer artista colombiano en colocar una estatua suya en una plaza de la capital francesa, el mármol “Solitude Douloureuse”, y de ser el primero en ver sus obras fundidas por la Casa de la Moneda de París; honores que solamente logró igualar casi setenta años más tarde Fernando Botero en 1992.

Sin embargo, pese a los logros de Tobón Mejia y a sus indudables virtudes le correspondió a un Bogotano, - que también vivió en París en los años veinte y que más que amigo de Bourdelle fue su hermano, - partir en dos la historia del arte Colombiano en 1929 gracias a la fama lograda por una sola de sus piezas. Rómulo Rozo (hermano masón de Bourdelle y patrocinado por el también masón Eduardo Santos) había llegado a París en 1925 después de pasar un tiempo estudiando en Madrid, es quien, con una extraña y críptica escultura llamada Bachué, da origen a la primera revolución artística que tuvo Colombia en el siglo pasado. Dicha obra inspira a un grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional, alumnos entre otros del escultor español Ramón Barba, a tomar el nombre de esa escultura de Rozo como símbolo de su movimiento, motivados por el muralismo mexicano que proponía un arte más cercano a la tradición estética y cultural americana que europea, apegados además al nacionalismo costumbrista español.

Dicha estatua era parte del programa escultórico contratado a Romulo Rozo para decorar la casa del pabellón colombiano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1928. La casa construida en estilo historicista por el arquitecto español José Granados, quien desde el diseño había intentado una fusión entre el estilo colonial y los decorados precolombinos, contaba con una treintena de piezas escultóricas realizadas por Rozo en la cual La Bachué era parte de la fuente que decoraba el patio central.

La mezcla de mujer y serpiente de Rozo mereció en dicha exposición medalla de oro, pero eso no parece que fuera mérito alguno pues su amigos escultores Gustavo Arcila Uribe con un retrato y José Domingo Rodríguez, con otra mujer envuelta en una serpiente, ganaron también medalla de oro. Así como Borrero Álvarez, Domingo Moreno Otero, Miguel Díaz Vargas y algunos más.

Después del éxito de esas obras llenas de simbologías masónicas en comunión con mitos precolombinos Rómulo Rozo se va a Méjico donde terminaría haciendo su obra máxima “El monumento a la patria” una descomunal realización en piedra tallada en la que colaboraría entre otros artistas el joven Rodrigo Arenas Betancourt.

Hena Rodríguez, Josefina Albaracín, Luis Alberto Acuña, otro alumno de Bourdelle y el tolimense Julio Fajardo, varias veces premiado en los salones nacionales, fueron algunos de los escultores influenciados por la estética Bachué.

Por supuesto si los Bachué fueron la primera revolución en la plástica colombiana del siglo XX la segunda revolución veinte años más tarde fue contra ellos. En 1949 los profesores Bachué de la facultad de bellas artes fueron cambiados bajo la dirección de Alejandro Obregón, a fin de enseñar y fomentar un arte más acorde con las vanguardias internacionales; permitiendo el surgimiento de la primera generación de artistas abstractos colombianos: Marco Ospina, quien hace su individual no-figurativa en 1949, y el escultor Eduardo Ramírez Villamizar quien muestra su obra abstracta en la Biblioteca Nacional en 1952 entre otros.

Ramírez Villamizar venía participando en diferentes colectivas con Edgar Negret desde una exposición en la Universidad del Cauca en 1947 sin embargo, ambos artistas, el primero en Bogotá y el otro en Nueva York llegan a la abstracción por caminos diferentes para convertirse en los dos principales pilares de la escultura moderna en Colombia. Sus obras ampliaron las posibilidades plásticas de la tridimensionalidad. Le aportaron ritmos, materiales, colores y formas que no tenía y, en el caso de Negret, resolvieron dilemas planteados por los constructivistas entre el adentro y el afuera de las piezas.

No es poco decir que Eduardo Ramírez Villamizar fue uno de los primeros pintores abstractos de Colombia y nuestro primer escultor abstracto, como tampoco parece fácil aceptar que Edgar Negret fue el primero en hacer esculturas de aluminio doblado, pintado y ensamblado con tornillos a la vista en la historia de la escultura.

Muchos de los hitos de la historia del arte colombiano ocurrieron en el marco del Salón Nacional de Artistas que se realiza casi sin interrupciones desde la década de los cuarenta. En sus consecutivas versiones al lado de premios y artistas anodinos cuyos nombres nada nos dirían hoy en día, hicieron época artistas como Feliza Bursztyn o Bernardo Salcedo quienes construyeron sus esculturas y máquinas de movimiento con objetos encontrados, chatarra y otras novedades para nuestra siempre conservadora imagen del arte. Hubo quienes como el entonces estudiante de arquitectura Germán Botero, ganaron prestigio con su primera presentación en el Salón, al ganarse el primer premio con su primera escultura o, como el premiado varias veces, Julio Fajardo quien por falta de recursos no pudo retirar del Salón una de sus obras ganadora que terminó destruyéndose a la intemperie.

Pero, al cabo de cinco decenios de exposiciones, cuando los más conocidos estudiosos del arte en Colombia hicieron un balance de lo que había ocurrido, muchos de ellos llegaron a la conclusión que la pieza más importante en la historia de los salones ehabía sido una escultura que dicho sea de paso era la primera obra de realización grupal en un salón y, más importante aún, representó la oficialización del arte conceptual en nuestro país: “Alacena con Zapatos” una obra llena de contenido social y político ganadora en 1978 del primer puesto del Salón Nacional de Artistas realizada por el grupo barranquillero “El Sindicato”.

Al lado de los que solamente han sido escultores han estado también aquellos que han llegado a la tridimensionalidad desde el mundo de la pintura como Tobón Mejía que dejó el color al comprender que padecía un daltonismo severo o Ramírez Villamizar que decidió que su búsqueda no era de matices sino de volúmenes y planos. Sin embargo, hay quienes sabiéndose pintores han tratado de ampliar su mundo expresivo con la forma y eso lo vemos desde el pie en yeso que asoma del mural de Epifanio Garay en su San Juan Evangelista de la Pechina de la Catedral, a los bocetos que Acevedo Bernal mandara a Italia para que le modelaran las estatuas que necesitaba para terminar la iglesia del Voto Nacional obra en la que él fue el arquitecto, hizo el diseño interior, construyó la cúpula, diseño las estatuas y pinto el enorme ciclo sobre la vida de Jesús. Pero, en este sentido, dos grandes ejemplos de escultores hay en nuestro mundo de la pintura que vale la pena mencionar: el de Francisco Antonio Cano y el de Fernando Botero.

Aunque la primera noticia pública que tenemos de él fue la medalla de oro que se ganó por un busto del libertador que talló antes de cumplir los 20 años, Francisco Antonio Cano hizo una brillante carrera como pintor y dibujante con la que pudo conseguir una beca para terminar estudiando escultura en la Academia Colarossi de París. A su regreso a Medellín y luego en Bogotá, alternó la pintura con la elaboración de bustos y retratos en escultura al punto que se ganó por concurso varios contratos para hacer estatuas y monumentos públicos como el Rafael Nuñez del Congreso Nacional; hasta que realizó en 1920 la que a la postre sería su escultura de más largo aliento, la compleja fuente del Parque de la Independencia en Bogotá que sucumbió muy rápidamente a los cincelazos de los discípulos urbanistas de Le Corbusier quienes la demolieron para pasar por ahí una avenida.

Por otra parte la voluptuosidad, la sensualidad y los valores táctiles que Fernando Botero buscó en su pintura desde los años cincuenta los encuentra y desarrolla plenamente en sus esculturas a finales de los setenta. Y son precisamente sus esculturas las que le permiten hacer las más grandiosas e imponentes exposiciones que haya realizado hasta ahora un artista Colombiano en el extranjero a partir de su exhibición en el Forte Belvedere de Florencia en 1991, seguida de la muy promocionada muestra en los Campos Eliseos de París y del Palacio de los Papas en Avignon, de las cuales saca unas famosas monedas conmemorativas la casa de la Moneda de París. Las grandes exposiciones de Escultura de Botero han dado desde entonces la vuelta al mundo varias veces dejando muchas de esas obras en sitios privilegiados de las grandes ciudades.

Finalmente el más reciente suceso para la historia de la escultura colombiana lo produce una mujer cuyas obras políticas han criticado la violencia y la discriminación llegaron a la sala de turbinas de la prestigiosa Tate Modern londinense, uno de los grandes templos del arte contemporáneo. "Shibboleth”, 167 metros de grieta excavada en el suelo de la galería, con un costo asombroso y el patrocinio de la multinacional Unilever - paradójicamente con escándalos de violencia y discriminación en medio mundo-, han puesto a Doris Salcedo a la altura del contexto internacional del arte anglosajón.

Como es fácil apreciar en éste sencillo ejercicio de memoria de tan pocas cuartillas, el camino de la escultura Colombiana ha sido largo y fructífero, lleno de nombres y obras.

Y vemos qué, sin importar la ausencia de museos dedicados exclusivamente a la historia de la escultura o a sus múltiples manifestaciones, y aunque no tengamos parques, bulevares, avenidas, simposios o concursos anuales dedicados a la escultura, ni el patrocinio para la elaboración de grandes monumentos escultóricos, además de la ausencia de muchas otras cosas que engalanan otras ciudades y otros museos del orbe; el arte en Colombia no podría haber llegado hasta aquí sin el aporte permanente y la lúcida visión estética de los grandes escultores.

Esta claro que en éste país de pintores y escritores según dicen algunos, la historia del arte ha sido un recorrido multicolor narrado por poetas, pero sin duda buena parte de esa historia ha sido forjada en le tiempo por los escultores.

Darío Ortiz

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