Hace pocos días asistí durante unos momentos al
triste espectáculo de ver repintar el mural “Nosotros los Pijaos” del maestro
Jorge Elias Triana, único patrimonio que nos quedó de uno de los más grandes
pintores de nuestra pequeña historia plástica y de los pocos que ha tenido
trascendencia nacional e internacional.
Claramente el lamentable estado de deterioro
del mural exigía una pronta intervención antes que se siguiera perdiendo y así
se lo hizo saber a la Gobernación del Tolima la familia Triana a través de
Gloria Triana, uno de los herederos legales de los derechos sobre la obra de su
padre.
Luego de varios meses y preguntas aquí y allá
por parte de los miembros de la Dirección de cultura se decidió hacer la
convocatoria pública 0180 que contando con un presupuesto de 50 millones se
adjudicó por 25 millones a favor del pintor Rosendo Gil Sanabria; cuya ventaja
principal era que había colaborado en la realización del mural original siendo
ayudante de Triana en aquella ocasión.
Personalmente, y en comunicación permanente
con la familia Triana, sugerí al equipo de la gobernación, antes de comenzar la
convocatoria, que se entregara ese trabajo a un restaurador de murales
profesional y no a un pintor. Hay que comprender que hoy en día la restauración
de murales es una carrera profesional que exige un conocimiento específico que
conlleva cinco años de carrera profesional de restauración más dos como mínimo
de especialización y por lo tanto no es comparable al saber de un pintor por
veterano y respetable que sea. Hoy en día la restauración de obras de arte no
se le entrega a los artistas, como la restauración arquitectónica no se le
entrega a los albañiles, ni la restauración de muebles antiguos a los
carpinteros. No es lo mismo saber hacer un mueble que restaurarlo, ni pintar un
cuadro que restaurarlo.
Restaurar para los lectores que no conocen
del tema no es lo mismo que repintar. Restaurar es un proceso que pretende
conservar al máximo la obra patrimonial, parando su deterioro y tratando de que
ésta recobre parte de su esplendor original realizando la más mínima
intervención pictórica. Proceso que se hace más con hisopos de algodón que con
pinceles. El cubrimiento de los faltantes de pintura o lagunas tiene por nombre
reintegración y se aplica únicamente en el sitio donde no hay pintura original.
El manto de la pintura original nunca se toca con pigmentos sino con
disolventes y conservantes que pretenden recobrar parte de su aspecto original.
Repintar en cambio es cubrir con pintura el trabajo original buscando una
semejanza con los colores que debía tener, reproduciendo sobre el manto pictórico
las líneas y formas de la obra.
En el mural de Triana se contrató una
restauración que como lo explica la Secretaria Administrativa de la Gobernación
en artículo publicado en éste diario el día 2 de enero de 2013, fue de acuerdo
a la asesoría del ministerio de cultura. El documento firmado por el
contratista es claro al afirmar que “el proceso se
debía realizar con productos y métodos que no alteren las propiedades físico-químicas
de los materiales y se localizará solo donde se precise”. Menciona además que
debe haber una limpieza que no altere los materiales de la obra evitando los
falsos históricos, como queda explicito en el documento que se firmó con el
contratista. Se agrega que deben hacer pruebas de disolventes y que no debe ser
una limpieza profunda debiéndose conservar siempre la pátina del tiempo. Pide
claramente que sólo se recurrirá a la reintegración, cuando sea necesaria para
la estabilidad de la obra y se dejarán las lagunas que no alteren la estética
del objeto. En síntesis es un documento en rigor con las técnicas actuales de
restauración del patrimonio cultural.
Sin embargo lo que he podido apreciar personalmente como todo aquel que se
acerque a ver trabajar al maestro y a su ayudante es que no restauraron el
mural como exigía el documento firmado sino
lo repintaron. Vi claramente y con tristeza profunda al asistente de Rosendo
Gil repintar las líneas negras del mural mientras que su jefe brocha en mano
aplicaba color sin piedad sobre la pintura de Triana. Color que se asemeja pero
que ni siquiera respeta el color original de la obra.
Explica Gil en artículo reciente del 20 de marzo, acompañado de una foto
donde claramente se le ve repintar un caballo, que el trabajo fue realizado con
resina epóxica y que su ayudante es encargado de rellenar las partes planas
para luego delinear.
No es mi interés entrar en conflictos con Gil y los criterios que lo llevaron a repintar y
no restaurar el mural de Triana, pero como parte de un grupo de trabajo que
junto a la familia del maestro estamos tratando de rescatar la memoria de quien
fuera uno de los más importantes creadores del arte moderno en Colombia, si
tengo que sentar mi voz de protesta ante ese abusivo atropello a nuestro
patrimonio que me permito afirmar que fue completamente sepultado bajo una
reluciente pintura nueva.
Tras la negligencia del equipo de la gobernación en contratar un
restaurador profesional de murales para el trabajo, aún habiendo el presupuesto
para hacerlo, ahora lo que tenemos es una obra de Rosendo Gil y su ayudante en
la perdurable resina epóxica sobre la que antes fuera una invaluable pintura
del maestro Jorge Elías Triana de la cual ya no veremos nunca más ni una sola
de sus pinceladas.
Darío Ortiz